Reflexiones de alta mar sobre la desigualdad de género en el mundo de la ciencia. Pablo Martín-Sosa

Me llamo Pablo y soy ecofeminista. Critico desde mi postura el actual modelo económico, social y cultural.

Creo que el modelo hegemónico patriarcal debe finalizar ya, acabando con el sometimiento de la mujer y de la naturaleza como hasta ahora, necesitando transitar hacia un modelo social, político y cultural que dé prioridad a determinadas prácticas y modelos que han estado ocultos y que visibilice a la mujer en todos los aspectos de la sociedad. No creo en el esencialismo que dibuja a la mujer como ser ligado de manera natural a la maternidad, sino que creo que ésta es una postal construida por el patriarcado.

Por otro lado, debemos tener claro que la concepción de la ciencia que hemos mamado está construida desde los inicios de la modernidad como un instrumento infalible, neutro, una poderosa herramienta de poder que aleja al ser humano del resto de los seres vivos. Debemos aprender a entender la ciencia como algo mucho más rico, moldeable y complejo que el mecanicismo de las relaciones causa-efecto. Debemos repensar nuestra idea de progreso y entender que nuestra emancipación de la naturaleza y de las personas es nuestra peor pesadilla, y no el sueño que nos han inculcado.

En todo esto del cambio de modelo socioeconómico y cultural necesario, y del cambio de la manera de hacer ciencia, es imprescindible el papel del ecofeminismo. Podría decir “el papel de la mujer”, pero evito forzadamente referirme a la solución de los problemas de nuestra sociedad como algo que debe pasar por las mujeres, para generalizar en las personas ecofeministas, independientemente del género. Esta no es una cuestión de género, es una cuestión de mentalidad, de forma de pensar. Y si bien es verdad que pensar en clave ecofeminista es algo que hacen habitualmente mejor las mujeres, también los hombres pueden hacerlo. Es cuestión de educación.

A través de un complicado y largo proceso (que aún está por finalizar y que no creo que deba tener fin) de comprensión, contextualización y reeducación, he llegado a asumir como necesarias todas aquellas medidas de discriminación positiva, en esto de la desigualdad de género, como herramientas imprescindibles para la necesaria visualización de la mujer de la que hablaba más arriba. Nos vemos a veces presas de estas medidas porque nos recuerdan que aún no vivimos plenamente (ni de lejos) en una sociedad justa e igualitaria. Me gusta entender el presente como parte de una larga transición a ese modelo de sociedad que anhelo.

Soy también científico y me dan alergia muchos de los vicios adquiridos por la casta científica. Hablo, por ejemplo, de confundir la difusión científica con la vara de medir el prestigio, la valía y el grado profesional de las personas de la ciencia. Hablo de la verticalidad castrense propia de la carrera científica y de la ciencia académica. Y todo esto tiene mucho que ver con los valores típicamente patriarcales que han marcado la definición de éxito profesional.

Sueño con un mundo de la ciencia en el que el ecofeminismo ha conseguido hacerse un hueco y en el que la igualdad de género verdadera y plena esta naturalmente instalada, pudiendo prescindir de medidas de discriminación positiva de cualquier tipo. En mi sueño, que no solo es un sueño, sino el objetivo de mi lucha social y política, hay tantas científicas como científicos en instituciones como en la que trabajo, el Instituto Español de Oceanografía, también igualmente ellas como ellos, ocupan puestos de responsabilidad y lideran investigaciones punteras, y, por supuesto, reciben el reconocimiento, la consideración y se las visibiliza como merecen por su trabajo. En mi sueño, esas compañeras de institución tienen un ámbito familiar que las respalda, que comparte con ellas la labor de criar y de llevar una casa adelante, y que las admira por su carrera profesional. Por tanto no necesitan ser superheroínas, no deben prescindir de construir el modelo familiar que les apetezca, no necesitan hacer más méritos para llegar a la misma meta.

Escribo estas letras desde el buque oceanográfico Ángeles Alvariño, en mitad de las aguas del Atlántico, durante una campaña científica en la que intentamos evaluar el impacto de las actividades humanas en los hábitats sensibles del Banco de La Concepción (Canarias), Lugar de Interés Comunitario de la Red Natura 2000. Y necesito terminar esta reflexión siendo honesto. Soy el Jefe de Campaña, y soy varón. El jefe de operaciones con el vehículo remolcado es varón, el jefe de cubierta es varón, el capitán, el jefe de máquinas, … varones todos, hasta un total de una veintena. Llevamos a bordo cuatro mujeres. Tres de ellas son ayudantes de investigación y una es alumna en prácticas de Máster. Los datos hablan por sí solos. Las cuatro han hecho una labor encomiable, igual que el resto del equipo. Les adjunto unas imágenes donde se puede ver el trabajo a bordo, en equipo. Un equipo en el que, a mi entender, se respira un ambiente de total armonía y naturalidad. Pero ahí están los datos, y los datos NO deben ser pasados por alto. No son naturales. Son producto de un sistema que hace años que lucho por dejar atrás. Y por eso pienso seguir luchando, y soñando…

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Pablo Martín-Sosa Rodríguez es investigador del Centro Oceanográfico de Canarias y militante de Sí se puede.

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