Guerra. Yaiza Afonso Higuera

Siempre me conmueve escuchar esta estrofa de la “Canción del elegido” de Silvio: "Y al fin bajó hacia la guerra ¡Perdón! Quise decir a la tierra”.

Esa guerra que siempre ha estado. Por eso, las fábricas de armas son tan rentables. Armarse hasta los dientes es lo que hacen los países para defenderse de las bombas que ellos mismos compran o fabrican. Como el derecho a tener rifles en los hogares estadounidenses. Por lo visto, es más importante que el derecho a la asistencia sanitaria o a la educación. Allí compran pistolas y balas del mismo modo que pan y leche en el supermercado. Dicen defenderse de los peligros, mientras mueren unos 1.300 menores al año por incidentes con armas de fuego en ese país de las maravillas.

 

Pero hablemos de Ucrania. La desgracia de esta nueva guerra es que no es la única; Etiopía, Afganistán, Yemen, Palestina, Myanmar… Con estos conflictos bélicos seguimos escribiendo la historia del planeta Tierra a través de la sangre y como dijo Bertrand Russel “La historia del mundo es la suma de aquello que hubiera sido evitable”. Evitar la guerra sería apostar por una paz que no parece importar. En cambio, seguimos construyendo relatos de violencia.

 

El optimismo está perdido al acercarnos al terror de niñas y niños que buscan refugio.

 

Me duele.

 

Nos llenamos de dolor al tener que llegar a la misma conclusión que Martin Luther King en el pasado siglo:

 

“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”.

 

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