Aprovechamos el sol para irnos a la Isla Baja, pasar por el túnel de los agujeros y alongarnos al roque. Hasta acercarnos a la playa de Las Arenas, que el invierno tapa con toniques grandes y estirarnos en los charquitos de al lado. La vista desde allí nos permite inventar paisajes. En la silueta de Teno veo narices grandes y chiquitas, caras de monstruos y besos enamorados. Todo bajo un sol que baila. Las olas, en cambio, desinquietas, recuerdan el invierno, son tan fuertes que puedo verlas con los ojos cerrados.
Lo mejor de este camino de año nuevo es que apenas hay coches, la isla es un paraíso sin ellos. Pero un día normal a las 7 de la mañana rumbo a Santa Cruz esto sería un infierno. Siento que las carreteras nunca podrán con los coches, que el piche es la nada que destruye fantasía en esta historia interminable.
La quietud política en cuanto a la movilidad es una pesadilla. Me cuenta Juampe que en Los Ángeles hay autopistas eternas, que a pesar de tener 12 carriles siguen igual de colapsadas. Aumentar los metros cuadrados de asfalto y olvidarse de las personas que pierden los nervios cogiendo el coche cada día no es la solución.
Los políticos insulares han desechado el transporte colectivo. Y necesitamos poder dejar los volantes en casa, llegar a tiempo compartiendo, y mirar desde la ventana de las guaguas cómo nuestro paisaje sigue ahí, como podemos descubrir siluetas en el trayecto mientras los primeros rayos nos rozan la cara, eso sí que es futuro.