Muchas veces traté de afirmarlo a mis compañeras de colegio –María, el infierno no existe, es un cuento. – ¿Y el cielo?, me respondían.- Puede que el cielo sí, porque el cielo es bueno, meditaba en alto. Ahora también sé de su inexistencia, sé que el cielo simplemente ayuda a creer a los que vivimos en la tierra y a explicar a niños y a niñas cosas difíciles. Este punto de partida me permitió ser una adolescente que miró con prudencia el sexo, una joven que lo deseó con locura. Pero con la convicción de que Eva no hizo nada malo al morder la dulce manzana, y Adán no fue ningún pánfilo mojigato que calló en la trampa de la serpiente. Aún así, he compartido el terror primero de todas las niñas que empezamos a ser mujeres, de las que creen en las faltas capitales y de las que no creen en ellas, el miedo a quedarnos embarazadas. Pero lo bueno de no creer es simplemente saber que si nos equivocamos no estamos condenadas, si nos equivocamos no vamos a arder en el infierno. En casa se habló del aborto como una opción de urgencia, un modo de afrontar un embarazo no deseado, y eso alivia, alivia mucho. Aunque también recuerdo como trataron de inculcarnos el pánico generalizado en clase de religión del Instituto, cuando Don Alonso, el cura de turno, le dio por ponernos vídeos de abortos y películas sobre exorcismos. Afortunadamente, cuando llegué a COU se acabó el martirio gracias a la filosofía de Don Matías. Volví a mi condición inicial: el pecado no existe, el infierno no existe.
Por eso cuando mi amiga Ana con 15 años recién cumplidos se quedó embarazada, le aconsejé bien. Le dije que hablara con su madre, le conté que había una clínica en Tacoronte donde podía abortar, y que eso no era pecado, que le iba a doler un poco claro, que era un rollo, una putada, pero que podía solucionarlo. También hablamos de que teníamos que protegernos mejor, porque nos podían pegar algo, alguna enfermedad de esas chungas, e incluso el SIDA. Eso sí daba miedo, el SIDA. Le conté que mi madre abortó después de 4 embarazos, que fue un aborto ilegal que le destrozó la matriz, que la enfermó. Que teníamos suerte de tener un lugar para no enfermarnos como mi madre.
Pero en este diciembre en el que cumplí 37, en este invierno de crisis profunda nos despertamos con el atropello de lo que era un derecho. Nos desperezamos con una ley que nos conduce de nuevo a los cuentos sobre el pecado y el infierno. Leyes antieducativas que criminalizan a las mujeres, que tratan que desaprendamos lo aprendido durante años.
Mi cuerpo es mío, mi cuerpo me pertenece, mi cuerpo es mío, mi cuerpo me pertenece…, repito como un modo de salvarme de esta locura.