Si tuviéramos un estamento político sensible con los mensajes ciudadanos, sería factible un potente movimiento de desacreditación institucional. Si hubiera una democracia que tuviera en cuenta la participación ciudadana, también tendría sentido un voto nulo. Si esta democracia tuviera una cláusula que admitiera la nulidad de las elecciones alcanzando cierto grado de abstención, sería factible un potente movimiento abstencionista. Pero no es así, al estamento político le importa un carajo el hastío ciudadano y no le salen sarpullos por mucho que sea el más repudiado. Por eso, no comparto el llamamiento al voto nulo. Si hubiera un movimiento social articulado, organizado, con capacidad para hacer un recuento del voto nulo y ofertarlo como propuesta de cambio y acreditación democrática real, contribuiría a construir ese movimiento, pero no lo hay. Sólo sería posible en el contexto de una sociedad muy politizada, y no es el caso del país canario.
En cambio, sí hay gentes que llevan inmersos desde hace 5 años en la construcción de un frente político social que viene planteando, tanto en la calle como en la pugna electoral, la exigencia de democracia real. Porque, no seamos ilusos, la democracia real sólo se consigue peleando, conquistándola, no basta con un lavado de conciencia el día de las elecciones y vivir regocijado con los amigos por la hazaña de depositar un voto nulo. Creo que la mejor manera de pegar un puñetazo en la mesa electoral es votando a ese frente político y social de Alternativa Sí se puede, que intenta reconstruir contra viento y marea la dignidad ciudadana desde sus propias organizaciones. El gran capital lo sabe, muchas de sus apuestas de infraestructuras para seguir haciendo negocio con la explotación intensiva de mano de obra y el deterioro del terruño dependen de que los tres grandes partidos, y alguna de sus escisiones, sigan gestionándole sus intereses, y no le conviene que un movimiento como Sí se puede alcance las instituciones. Porque ese es el problema, la sociedad canaria sigue confiando en las instituciones como fórmula de organizar la vida, y es desde ahí desde donde, también, hay que introducir a la disidencia política, que haberla la hay. No es fácil, cuesta muchísimo alcanzar un escaño que represente a quienes discrepan en la calle, pero la voluminosidad sociológica crítica creciente en Tenerife no debe diluirse en un acto individual de conciencia relajada (denominada en otros tiempos pequeño burguesa), sino que debe consolidar esta etapa de acumulación de fuerzas en la consecución de representación política en algunas instituciones. No se va a cambiar el mundo, pero Sí se puede caminar en esa dirección.