Domingo López Torres. Pedro Fernández Arcila

Hace tanto tiempo que falleció, su vida fue tan corta y el franquismo tan largo, que, si no fuera por el tesón de numerosos intelectuales de nuestra isla, el olvido se hubiera apoderado de este inigualable poeta surrealista. El pasado 24 de febrero se rompió parte del silencio que tejió la sombra de la dictadura cuando, en el mismo salón de plenos donde él se había sentando setenta y seis años atrás, se leyó un extracto de su poesía y de su pensamiento político, recordando la injusticia de su muerte. Creo que sigo hablando en nombre de muchos los que estábamos aquel día en el pleno si afirmo que actos como éste nos hermanan con lo más noble de la política y, lejos de polémicas malsanas, nos confirman lo balsámico que supone recuperar la memoria histórica.

Lo imprevisto de aquella moción fue que vino precedida por la presentación, unas semanas antes, de un bellísimo documental sobre su vida: Los mares petrificados, dirigido por Miguel G. Morales, con guión de Leoncio González y música de Pedro Guerra. En este documental se narra la vinculación de nuestro poeta con el movimiento surrealista, de su amistad con Bretón y con esa fecunda generación de artistas canarios que se reunieron alrededor de la Gaceta del Arte y se traza, con enorme finura, la presencia de una ciudad que embauca al poeta y que se llama Santa Cruz. Es de justicia decir que la aportación de estos jóvenes realizadores isleños se suma a la contribución de otros intelectuales comprometidos con rescatar del olvido esta figura universal, tales como: Andrés Sánchez Robayna, Nilo Palenzuela, García Luis o Domingo Garí Hayek, que fue el precursor de la moción institucional.

En una isla en la que hace falta tanta política me gustaría recordar el pensamiento de este concejal socialista de la segunda república y, si sustituyéramos algunas enfermedades muy presentes en aquella época por otros males que ahora padecemos, su mensaje cobraría una poderosa actualidad cuando nos dice: “Santa Cruz de Tenerife no ha podido nunca encontrar el exacto camino constructivo de su municipalidad por haberse empeñado en entablar siempre una competición de presencia. Se ha hablado de un telón de boca para la ciudad que ocultase nuestros miserables barrios y nuestra escandalosa estadística de tuberculosis (lo antihigiénico quiere cubrirse con lo típico). Como consecuencia, una política municipal a base de palacios (…): frente a otra política menos espectacular pero más efectista de casas baratas, higiene y cultura”.

Domingo López Torres tiene, por fin, la ventura de muchas voces amigas que le esperan y que, aunque muy tarde, le hemos abrazado tras su final fatídico. A nosotros también nos corresponde reconocer que esto ha sido posible gracias a la labor de muchos intelectuales nacidos en una isla que, tarde o temprano, aprenderá su lección de geografía.

*Concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz por Alternativa Sí se puede

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