El ciudadano soviético que llevamos dentro. Domingo Garí

Da igual que sea un empresario de altos o bajos vuelos, en realidad la aspiración primera es a ser saneado, beneficiado, apoyado, sostenido por el dinero público. Todo eso de la iniciativa empresarial, la valentía del riesgo, la osadía del que invierte, no pasan de ser fórmulas huecas para engaño de ingenuos.

Hasta los banqueros de alto copete llaman a la puerta del papá estado para que le solvente los agujeros que han ido excavando. Los empresarios importadores o exportadores suplican las ayudas europeas, del estado central o de la comunidad autónoma respectiva. Los propietarios de los medios de comunicación ponen la mano para recibir sostén público, a través de la publicidad institucional o de manera directa. Los constructores luchan denodadamente por hacerse con las obras públicas de viviendas, trenes, puertos y lo que haga falta. La iglesia reparte caridad tras haber recibido cuantiosas ayudas del estado y deja la inversión en mantenimiento y restauración de su rico patrimonio en manos del gobierno. La gente que no tiene trabajo estaría contenta con uno municipal, insular, autonómico o estatal. Lo trabajadores que pueden montar una cooperativa preferirían no tener que hacerlo, y que en cambio “alguien coja esto y a mi me pague un sueldito a fin de mes”. Eso que llaman “los funcionarios” están en el ojo del huracán, no por nada que tenga que ver con lo que trabajan o ganan, sino sobre todo porque los otros también quisieran ser como ellos.

Dice la leyenda que en Estados Unidos es diferente. Que allí sí que hay empresarios que no necesitan el apoyo del estado y que prefieren ir por libres. A mi no me queda claro del todo. Veo que las grandes empresas, por ejemplo de automóviles o de la finanzas, tienen que ser rescatadas con dinero público, o que los grandes negocios de las megaempresas de todo tipo se hacen al calor del estado que luego tanto denostan. Los contratistas privados de cualquier rama, que son ahora las empresas más lucrativas, viven y suspiran por cerrar acuerdos con el Pentágono o con cualquier ministerio (allá los llaman secretarías). Y en Europa el asunto es similar, incluyendo a la tan liberal Gran Bretaña, que siguió aumentando la participación del estado en la economía incluso en la extremoliberal época de Thatcher.

Si alguna vez existió eso del espíritu de la libre empresa ya hace mucho que desapareció. La inmensa mayoría de la ciudadanía nos conformamos con tener un sueldo que nos permita vivir sin estrecheces cada mes y, desde luego, nos gusta que nuestros asuntos de salud, educación, vivienda y, en general, los que tienen que ver con el bienestar social no sufran sobresalto alguno.

Los publicistas del “búscate la vida tú mismo” lo que quieren es que tú no recibas nada del estado para ellos poder tener más parte de la tarta. Pero ni se les ocurre no tomar el dinero público que constantemente están reclamando. Así que en realidad de lo que se trata es de que unos pocos quieren privatizar las riquezas del común. Da fe de ello el hecho de que los codazos estén a la orden del día en el ámbito empresarial cada vez que hay que repartir ayudas europeas o estatales. Que las listas del REF, del REA y de tantas siglas raras sean elaboradas con sumo detalle para que nadie de los interesados se quede fuera de la pedrea, rubrica lo dicho.

Así que lo que más diferencia al personal es el asunto de ver quien es más listillo. En la URSS también pasaba esto de que los más listillos lograban mayor tajada en el reparto estatal. Allá consistía en una dacha y un automóvil. Comparado con lo que se llevan los jerarcas de aquí era pura bagatela. No cabe duda que todos llevamos en nuestro interior un pequeño soviético, aunque haya algunos que se vean más como jerarcas que como ciudadanos. Cuando todos descubramos esta cruda y pequeña verdad la mitad del camino hacia la felicidad estará andado.

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