La señora ministra, como se recordara, ganó mucho caché al acertar de lleno en el sensible corazón italiano cuando en su día, bañada en lágrimas, anunció la canallesca reducción de las pensiones a jubilados y pensionistas. En aquella ocasión lo que se guardó Dña. Elsa es que con sacrificio tan penoso los pensionistas y jubilados iban a costear las deudas con las que se enriqueció la burguesía lumperil berlusconiana colocando a Italia al borde la quiebra. Lo cual, dicho sea de paso, no es una exclusiva de la honorable sociedad italiana. Algo muy similar, por no decir que idéntico, esta sucediendo en España.
Como nunca segundas partes fueron buenas, esta vez del lagrimal de Fornero no brotó ni una gota.
Elsa Fornero ha tenido la virtud de expresar de manera desnuda lo que es el centro, en este momento histórico de la contradicción capital-trabajo. No es cualquier aspecto de esa contradicción, es el punto de ruptura que determina el carácter extremadamente critico de la encrucijada que vivimos.
La tensión se acumula ahí, afecta a las relaciones de las personas en la producción de la vida, en el modo de producir y de distribuir lo producido. Es la base de la sociedad, el fundamento sobre el que se erige el conjunto de sus valores, de las libertades, de la moral, del derecho… “El trabajo no es un derecho” es la premisa para el retorno a las formas más bestiales y primitivas de la acumulación capitalista.
El trabajo es necesidad primaria, ontológica, del ser humano como ser social. En el trabajo está el origen mismo de la separación del hombre del reino animal y su transformación en ser humano. Revestir esa necesidad vital de derecho, de derecho no agregado, sino de derecho consustancial a la dignidad humana ha presidido la historia de la lucha de clases y del conflicto social en los últimos siglos. Hasta hace bien poco el principio del trabajo como derecho se consideraba conquista intangible de la civilización. El centro del conflicto se había desplazado a la cuestión de la propiedad y al carácter y extensión de ese derecho.
La ministro “técnico” ha venido a poner las cosas en su sitio: siglos de lucha contra la “técnica”.
Elsa Fornero no ha manifestado una extravagancia que con merecido mérito podría disputar un lugar de cabeza en la historia de la infamia. Sin restarle ese merito, Dª Elsa ha definido la dirección decisiva de la estrategia de la derecha y, de lo que es peor, de la necesidad del sistema capitalista en este estadio de su decadencia. Sin ir más lejos, esa es la inspiración de la reforma laboral que estremece a España: ni el trabajo como derecho, ni derechos del trabajo.
Sobre esa base estructural estamos amenazados de cerca por una sociedad devastada en todas las esferas: si el trabajo no es un derecho cuanto menos lo será la protección social por desempleo, las pensiones públicas generadas por el trabajo mismo. Tampoco deberá serlo la asistencia sanitaria, la educación, la vivienda, la fiscalidad progresiva…
En eso es en lo que realmente estamos, eso es lo determinante hoy, hacerle frente requiere, entre otras, de una necesidad: Elevar a un nivel superior la amplísima contestación reivindicativa que moviliza a la inmensa mayoría de la población, elevarla al nivel de la lucha política. O se asciende a esa escala -lo hemos dicho y lo seguiremos repitiendo cuantas veces haga falta- o tampoco se podrá sostener la movilización parcial reivindicativa. A la postre un retroceso histórico de siglos, al bestiario, de alcance imprevisible.