La grieta. Yaiza Afonso

Me desperté con la luna redonda y blanca, pero pensé que debía ser roja como el volcán de La Palma. Voy al trabajo por el Camino de la Verdellada, escuchando la radio, viendo el fuego en el cielo, sus lenguas arrasando barrios, casas, huertas, cuartos de niñas y niños.

Siempre hemos temido a los volcanes, también los hemos adorado porque gracias a ellos existimos como pueblo. Los guanches hablaban con temor de que el espíritu de Guayota se despertara y arrasara sus gánigos, sus fogales, sus pieles… Nosotros compartimos el miedo al magma que aparece envuelto de temblores, de estruendos, de sonidos que quitan el sueño.

Escucho a Remedios que salió de su casa nada más ver el humo. Huyó con unas cholas y poca cosa más. Tiene 3 hijos y una madre octogenaria a la que debe cuidar en un pabellón del ejército. Busca una vivienda que pueda pagar e iniciar de nuevo el hogar, su voz me conmueve de tal forma que me hace estar junto a ella.

La respuesta a esta mujer, a las familias que han salido con lo puesto debe de ser inmediata. Esto no se soluciona con visitas de presidentes, de reyes, esto no se soluciona con fotos. Se debe mirar de frente al volcán y a los ojos de las familias que se han quedado sin nada.
Me siento en mi mesa de trabajo y busco las malagueñas del fuego de Luis Morera, necesito escucharlo.

“Como una enorme grieta,
como un torrente de lava,
como un volcán activo”

Y es que la grieta nos muestra lo que sabíamos desde nuestro principio, que no podemos obviar la lava que somos, la lava donde nacimos y de algún modo, la lava que seremos.

 

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