Portugueses. Paco Déniz

Otra cosa es que esta alianza fantasmal provoque titulares que hacen estragos en las capas analfabeto-barítimas construyendo un debate falso sobre infundadas maldades del pueblo luso.

Un pueblo en el que, al menos yo, sólo veo bondades. La mejor comida del mundo como referencia cultural gastronómica del pueblo llano y sencillo y un vino que sabe mejor cuando se convierte en Douro. El paraíso de los amantes del pan. Gente trabajadora, humilde, y por eso el hazmerreír de los españolitos que los tratan como a seres inferiores: que si las toallas, que si el bigote de sus mujeres… Como aquel teniente fascistón del glorioso ejército español que nos obligó a mear en Portugal y nosotros viramos la cuca hacia dentro para mear fuera de la raya. Y es que los canarios tenemos un cachito de portugués dentro. Mirando un escaparate de Aveiro descubrí la quesadilla herreña, mi apellido y el de mis amigos. Junto a Marrakets, descubrí en Portugal, un buen lugar para exiliarte, montar una célula clandestina del Polisario en la primera, y preparar otra revolución de los claveles en la segunda.

Mi opinión sobre los portugueses no se ha tambaleado ni siquiera leyendo titulares de violentos como Pepe o machangos como Mourinho que difunden entre las capas analfabeto-barítimas vibraciones negativas sobre Lusitania. Incluso, reconozco que mi condescendencia hacia ellos me lleva a considerar a Cristiano un pobre pistoso que se trabuca cuando pretende regatear sin esprintar. El pobre. Por eso, lo único chungo que adivino en Portugal es su piromanía, su temeridad al volante, Mourinho y el papafrita de Pepe, un matón al que tenían que haber echado del fútbol después de lo de Casquero. Si eso lo hace un jugador de la UD Las Palmas, hoy sería aparcacoches.

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