Salir de la náusea (1 y 2). Joaquín Sagaseta

¿Que queda ya de los grandes iconos del capitalismo?, ¿y de las memeces sobre el fin de la historia, el mundo unipolar, el pensamiento único?, ¿a quien en su sano juicio se le ocurre en nuestros días hacer conjuros invocando la milagrera mano invisible del mercado? , ¿acaso no se ve ahora a los mismos que proclamaba a gritos que el estado no es la solución, el estado es el problema, endosando a los dineros públicos sus deudas privadas?…

El dirigente laborista ingles Anthony Crosland, por el año 1956 afirmaba: la idea de que el beneficio privado siempre conduce al bien público fué incapaz de sobrevivir a la Gran Depresión?. No iba extraviado. La Gran Depresión actuó sobre los valores del sistema con la naturalidad con la que opera la fuerza de la gravedad cuando el techo del edificio se derrumba sobre las cabeza de sus inquilinos.

El desarme ideológico del sistema, la quiebra de sus consensos y el estrangulamiento de su base social, desplazaron a la izquierda e incorporaron a la lucha política a muy amplios sectores de las capas medias, del mundo de la intelectualidad y la cultura. Un poderoso movimiento obrero que a la sazón, con mayor o menor verdad, tenía opción propia -una alternativa de sociedad- frente al capitalismo actuó de levadura de una gran bloque social y político que dio cauce, expresión y alternativa de poder a la indignación. El esfuerzo se cobró un alto precio en dolor y sacrificios, pero no fue vano.

Sin perjuicio de otros logros de alcance histórico, el beneficio privado durante mas de tres décadas, se vio compelido a convivir con la anomalía del estado social: con la legislación obrera, la negociación colectiva, los servicios públicos de protección social, educación, asistencia sanitaria, transportes…con la fiscalidad progresiva y un potente sector publico en áreas estratégicas de la producción y los servicios. El fantasma que recorría Europa, que decía El Manifiesto, durante esas tres décadas cobró particular animación, traspasó las fronteras del Continente dejando sus huellas en la cultura y la vida social y política de todos los pueblos y su marca de origen en no pocas Constituciones.

Los pueblos obtuvieron así progresos gigantescos en sus condiciones de existencia, en derechos civiles y democráticos, socio laborales, en la lucha contra las desigualdades, en la soberanía nacional y la descolonización. Progresos que no los concedió el sistema, fueron conquistados y nunca hubieran sido posibles con la lógica de que el estado nos es la solución, el estado es el problema. Para el mundo del capital y la lógica interna natural del sistema siempre fueron la anomalía, cuestión provisional, de coyuntura.

En la década de los años ochenta el fantasma se desvanece en Europa y en buena parte del mundo, su lugar lo ocupa la náusea.

Las fuerzas mas voraces del capitalismo se libraron de un temor que actuaba sobre el mercado como opera el bocado sobre la tendencia natural del caballo. Por su parte el partido del socialismo -en la amplia acepción de partido que utilizaba Marx en ocasiones para referirse al conjunto de las fuerzas del cambio- fueron desposeidas de su mejor arma: un sistema alternativo al capitalismo donde moraba el fantasma hecho carne. Sin ello en las fuerzas motrices del cambio se desplomó el sentimiento de clase principal para asumir un papel subalterno dentro de los confines del sistema antes impugnado. En la medida que aumentaban las pretensiones de la derecha disminuían las de la izquierda.

Liberada de la camisa de fuerza que representaba una clase obrera constituida en clase para si, el beneficio privado, golpe a golpe, hace retroceder los logros del estado social mas alla de su punto de partida. Expande por todos los ámbitos de la sociedad los modos hobbeianos -guarida de lobos- que le impone su naturaleza: la inexcusable necesidad vital de acumulación de beneficios. Un articulista ingles citado por Marx aseguraba: si se garantiza el 10% el capital es capaz de hacer cualquier cosa; con el 20% resucita; con el 50% es capaz de cortarse su propia mano; con el 100% pisoteara cualquier ley humana y con el 300% no hay delito al que no se arriesgue… Marx observaba: El capital solo atiende a la tasa de ganancia sin que se preocupe de la salud ni de la vida del trabajador. Bien es verdad, que considerando las cosas en su conjunto, esto no depende tampoco de la buena o mala fe del capitalista como individuo. La competencia anula las voluntades individuales y los somete a las inapelables leyes de la producción mercantil y el beneficio.

En el capitalismo, la mercantilización de todo lo existente, en una aceleración de vértigo, no es fruto de la avaricia de los hombres, sino al revés. La acumulación de riqueza es una necesidad, el motor del sistema, no guarda relación con las necesidades sino con la tasa de ganancia, quien se detenga, o simplemente desacelere ha perdido: …el cálculo económico auto destructivo gobierna todos los ámbitos de la vida. Destruimos la belleza del paisaje porque los esplendores de la naturaleza carecen de valor económico. Seriamos capaces de apagar el sol y las estrellas porque no dan dividendos -Keynes-.

El capitalismo, agotado, ya no puede mas -y el socialismo todavía no puede-, su crisis lo va arrastrando a los métodos bárbaros de su periodo inicial de acumulación, pero en un contexto con caracteres sustancialmente nuevos que extreman la gravedad de sus consecuencias. Ahora, a la desolación social, el fomento de la guerra y las amenazas para la paz, se suma la perdida de soberanía de los estados, el desmantelamiento de logros que se percibían como intangibles y una destrucción medioambiental que pone en riesgo la propia vida humana sobre el planeta.

Hasta los mas significados personajes del mundo del capital no ocultan la gravedad de la situación y su desconcierto, se sienten como el hechicero traicionado por el hechizo. En la calamidad social no ven más que una amenaza, el retorno de los fantasmas, no pueden ver otra cosa, su ser individual lo determina su existencia social y a los mil hilos de esa existencia social les da sentido y anuda la obtención de dividendos. Todo en torno a ellos y en ellos se edifica sobre esa base, lo que no se contradice conque es muy posible que individuos particulares no siempre sean determinados por la clase a la que pertenecen, pero este hecho es tan poco decisivo para la lucha de clases como lo fue para la revolución francesa el paso de algunos nobles al Tercer Estado (Marx).

Tendríamos hoy cien razones mas que las que en 1956 inspiraron al político laborista ingles, Crosland, para ridiculizar la idea de que el beneficio privado siempre conduce al bien público.

El brusco deterioro en las condiciones de vida y trabajo del conjunto de las capas populares, la brutal agudización de las desigtualdades, el infierno de la inseguridad en el presente y en el futuro mas cercano -de una generación perdida se habla ya con la misma naturalidad que se comenta la perdida de una cosecha-, el saqueo medio-ambiental que amenaza con hacer imposible en plazo próximo la existencia de la vida humana sobre la tierra…ha propiciado un formidable movimiento de contestación que le estalla al sistema en el rostro, que aguanta las peores embestidas, arrastra y unifica a amplias capas de la sociedad que hasta hace muy poco se encontraban paralizadas por sensaciones de impotencia, desengaño o fatalidad, o bien permanecían neutralizadas por las aparentes bondades del sistema.

Por su extensión sin precedentes, por la forma súbita y en gran medida espontanea en que se gesta y reproduce, por el basto consenso que obtiene… lo que ha venido llamándose movimiento 15 M y Democracia Real, marca el tono de la época. Resulte a la postre triunfante o no, el tono es una hegemonía de códigos progresistas que crece sobr
e la ruinas de los iconos derribados de la ideología liberal. Esa significación histórica ya nadie se la arrebata.

Ciertamente, el liberalismo es dominante, controla el poder, pero ya no es dirigente, y ello es condición previa para la reconstrución de la izquierda y, por añadidura, para que se ponga al orden del día la cuestión del poder político.

No se cuestiona esta o aquella manifestación del sistema, sino al sistema mismo y a las políticas que despreciaban objetivos globales. De lo que se tiene apetencia ahora es de fines transformadores.

La movilización por la democracia real interpreta y condensa no solo los sentimientos que han prendido en la sociedad, sino la posición de progreso en un momento que que la contradicción que pasa a primer plano, la que polariza y antagoniza, es la lucha entre el desmantelamiento del estado social o, por el contrario, su defensa y desarrollo. Se trata de dos concepciones opuestas de la sociedad, formas y contenidos que en el estadio terminal del sistema capitalista se han tornado irreconciliables: el gran capital no puede convivir con el estado social y democrático de derecho y los pueblos no pueden vivir sin el “so pena de hundirse en la condición del cooli chino” (Engels, Anti Düring).

Algunos han considerado que aquellos imponentes movimientos introducian un elemento disgregador de la oposición de izquierda política y sindical organizada -por lo común se refieren con no poca presuntuosidad a ellos mismos-. Incluso se llega a pensar y a decir que por su dosis de espontaneidad, dispersión organizativa, improvisación programática…estamos, poco mas, que frente a un artificio maléfico dirigido contra aquella izquierda o, en el mejor de los casos, ante una suerte de casualidad sin mayor significación.

Sorprende, cuanto menos que quienes de esa forma valoran las sacudidas de aquellos movimientos ni siquiera reparen en el efecto alentador de esa eclosión de vida en los desertizados campos de la izquierda. ¿Conspiraciones? ¿Casualidades? Cuanto menos debería asaltarles la duda de que movilizaciones de tales magnitudes cuantitativas y cualitativas no caben en esos ropajes, como aquella sospecha que perturbó a Groucho Marx el día en que fué a apostar en las carreras: qué casualidad, tantas casualidades por casualidad.

Por poco que mire hacia atrás, esa izquierda política y esa izquierda sindical podían tal vez esperar que el recalentamiento de la caldera no condujera a nada, pero en lo que no podían confiar es que si la caldera no aguantaba ocurriera algo muy diferente.

La bancarrota de la socialdemocracia de derecha, en su desplome se lleva consigo injustamente al conjunto de la izquierda . Pero la cuestión no es esa, lo decisivo no es el resultado sino el movimiento que conduce a ese resultado.

“No basta que el pensamiento quiera realizarse, es necesario que la realidad sienta apetencia de ese pensamiento” subrayaba Marx –Critica a la Filosofía del Derecho de Hegel– . Lo mínimo que puede decirse es que la realidad sentía apetencia del 15 M. Como muestra tragicamente la historia, por sí misma la apetencia no es criterio de verdad, pero lo que interesa es ¿por que esa apetencia y no otra? ¿Que es lo que ha mediado?.

La cuestión es determinar como ha sido posible que tras tres décadas desde el inicio del periodo de reacción la izquierda real y el sindicalismo que se proclama de clase, no ha delimitado sus fronteras, las lineas divisorias que lo disociaran con claridad de aquella socialdemocracia, ni logrado que esa separación fuera claramente percibida y ademas sentida como necesaria.

¿No será justamente que se ha asumido la vieja y liquidadora filosofía de que el fin no es nada y el movimiento lo es todo? ¿No se habrán sacrificado de hecho los fines para engolfarse en el electoralismo, en el cretinismo parlamentario, en políticas aldeanas de genero chico? El propio concepto, aceptado con naturalidad, de clase política ¿no comprende a la vez la aberración y su repelente? ¿Qué clase es esa? ¿cuáles son sus intereses específicos que la distinguen de las otras clases?

Si es a través de la ideología como el sentimiento y la sensación se convierten en conciencia y conocimiento, décadas de abdicación ideológica, de ideología reducida como cabeza en mano de jíbaro, de apoliticismo sindical ¿no han tenido nada que ver en las perdidas de identidad y en consecuencia de necesidad de partidos y sindicatos?

Si a partidos y sindicatos se les debe considerar medios para determinados fines y en no poca medida se les juzga por su propia existencia ¿ha sido edificante su realidad interna? El aplastamiento de la renovación por losas de burocratiasmo y verticalismo, la antagonización de las discrepancias internas primero y las degollinas partidarias después ¿eran desconocidas? ¿Y el espíritu de secta ? ¿Por qué la masiva desafiliación y sangría de militantes? ¿Es otra casualidad que en aquella casualidad hayan intervenido activamente muchos miles de hombres y mujeres de ideología definida, incluso de militancia partidaria?

No considerar todos esos extremos, y muchos mas, quedarse en lo anecdotico, en determinadas apariencias circunstanciales, es pasar por el 15 M sin que el 15 M pase por nosotros y, de suyo, dar la espalda a un movimiento histórico-necesario, pleno de significaciónes y enseñanzas. Justamente lo contrario de lo que necesita la reconstrucción de la izquierda. No en vano estos modos de movilización “han sido a menudo una especie de expiación de los pecados oportunistas del movimiento obrero” (Lenin, La Enfermedad Infantil del Izquierdismo).

La discusión sobre si el apartidismo del 15 M es un vicio o una virtud tiene mucho de abstracto o especulativo. Ha sido y es como es, en sus caracteres determinantes, porque la inflamación de su entorno económico y social en relación con la realidad de la izquierda así lo condicionaron. No es un movimiento apartidista, rebelde, que no entra en la cuestión del poder, por definición ideológica, sino porque su indignación y pluralidad carecía de recepción política donde reconocerse.

El 15 M, como todo, tiene sus causas y sus efectos, esta en movimiento y el movimiento presupone contradicción. Las contradicciones de 15 M no son triviales, siempre ocurre así en momentos históricos donde las tensiones se agudizan. La índole de las reclamaciones que lo hicieron nacer y desarrollarse, su carácter , su base social y un contexto de máximo encono político/social, del que nada ni nadie puede librarse ni eximirse, lo presionan con fuerza. En este sentido es cierto que no cabe descartar el riesgo de que traspase la frágil frontera que separa al apartidismo del abstencionismo político y el antipartidismo, si ello ocurre así, el agua irá al molino de la derecha y el movimiento cambiará su carácter y sus dimensiones.

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