Pero el tiempo no ha afectado al cerebro en lo fundamental de su hemisferio político e ideológico, al menos para muchos de mi generación. Por eso interpretamos el funeral del jefe de la UCD como otra ocasión para reeditar la versión más idílica y dulzona de la transición: la que insiste en que no se podía hacer otra cosa, la del consenso, la que enaltece la figura del Rey y los llamados padres de la Constitución. Y da coraje que con todas las investigaciones realizadas, la distancia del tiempo y de los acontecimientos, todavía sigan con los mismos clichés dominantes para pintarnos sólo una parte de la verdad. La de ellos. La otra verdad, la nuestra, dice que la Constitución es la que está impidiendo y obstaculizando la solución legal para la exigencias de los pueblos y sus gobiernos autonómicos. Dice que la Constitución está diseñada para que no quepan en el hemiciclo las protestas sociales y nacionales. Dice que lo que pasa con la Monarquía se lo debemos a su santificación constitucional. Dice que el único consenso fue el que pactaron las élites con la rendición de la izquierda parlamentaria y la aceptación de todas las condiciones de la Iglesia. Dice que la izquierda estaba en condiciones de apurar mucho más la movilización para conseguir elementos de una sociedad mucho más democrática, pero se rindió pronto. Algunos se contentaron con la movida y tecno pop, pero para eso no luchamos. Eso sí, con la mesura que te dan los años y la distancia, hemos comprendido que el peor contrincante de Suárez no era quienes nos manifestábamos días y noches contra su política, porque éramos claros y honestos. Los peores contrincantes de Suárez fueron sus colaboradores más íntimos, unos afines a la extrema derecha, y otros afines a la socialdemocracia que, incluso, negoció un golpe con militares. Eso sí que lo jeringó. Luchar contra enemigos deshonestos y contra tus amigos te desgasta inútilmente y, además, es muy feo. Descanse en paz nuestro gran contrincante Adolfo Suárez.