La etnia y la nación. Domingo Garí
El debate sobre el hecho nacional suele estar cargado de prejuicios, tópicos y, en general, de confusiones motivadas porque la propia teoría de las ciencias sociales en este tema se mezcla habitualmente con las posiciones políticas, y es por eso que nos vemos abocados a confundir términos, conceptos, categorías y tiempos históricos.
También, y no es de menor importancia, por el hecho de la gran variedad de teorías sociales que hacen enfoques distintos sobre el hecho nacional y el étnico.
Las naciones (no confundir con los estados) son artefactos relativamente modernos. Es variable para cada nación particular, pero en general no son más antiguas de mitad del siglo XIX. Francia o España, por tomar dos ejemplos, se conformaron entre el último tercio del XIX y las primeras décadas del XX. La mayoría de los relatos acerca de su constitución milenaria o de siglos son inventos de las historias nacionalistas de los estados. Los símbolos identitarios de estas naciones, himnos, banderas, fechas conmemorativas, relatos de exaltación nacionalista nacieron en el momento finisecular, cuando no posteriormente, como en el caso del 12 de octubre, fiesta nacional de España, que se instauró en 1918, o el himno de España, Marcha Real de los borbones, armonizado en 1908, durante el reinado de Alfonso XIII, el cual se dispuso por el monarca que fuera interpretado por todas las bandas militares. Aunque tenemos que esperar a 1942, ya en pleno fascismo, para que el decreto de 17 de julio lo declarara como himno nacional.
En Francia, en los años comprendidos entre 1875 y 1906, en un porcentaje muy alto de los departamentos administrativos no se usaba el francés como lengua mayoritaria. Según algunos historiadores especializados en la historia de ese país, fue en la III República (1870-1940), de forma particular entre 1870 y 1914, cuando se puede considerar a Francia como una nación. Hasta entonces, lo que convencionalmente entendemos por francés (nacionalidad) es sólo aplicable a los ciudadanos de clases medias de las ciudades y del gran París. El mundo rural, que es mayoritario, se desenvolvía con imaginarios de otro orden, y “lo francés” le resultaba extraño.
Por su lado, la etnia tiene un recorrido temporal mayor. Una etnia es una comunidad cultural, nada que ver con la raza que como todos sabemos no existe. La raza fue y es solo un invento del racismo. Pero la etnia identifica a los miembros de una comunidad cultural que comparten elementos identitarios, reconocidos como tales por cualquier observador exterior, sin que resulte necesario que los miembros de la propia comunidad sean consciente de esos elementos definitorios.
Puede haber distintos elementos y no son excluyentes ni exclusivos. Por ejemplo, los que definen a la etnia canaria serían la geografía insular y archipielágica, y derivado de ella la relación con el espacio físico, además de la historia, cultura, psicología, (como demostró hace ya unas cuantas décadas Manuel Alemán con Psicología del hombre canario), el habla, la geopolítica, la composición mestiza de la comunidad, reconocerse como diferentes ante los otros (los peninsulares o no isleños en general).
La etnia no tiene necesidad de constituirse en nación, si sus miembros no lo creen oportuno o no se lo han planteado por razones de diversa consideración. Pero la etnia sí tiene el potencial de poder convertirse en nación en cualquier momento. ¿Y qué elemento haría posible esa transformación? El deseo de darle proyección política a su identidad étnica. Convertirse en nación traería aparejado la construcción de aparatos de estado y/o un cierto nivel de autonomía federal o confederal, y el ejercicio de la soberanía o la cosoberanía en la gestión de los elementos estratégicos, que inciden de forma profunda en la articulación política de la comunidad.
Por otro lado, la etnia puede sólo manifestarse como una realidad objetiva, diferenciada culturalmente, pero sin querencia por ser nación. Puede vivir bajo un estado centralista y autoritario, reprimida y ninguneada como ocurrió durante la dictadura y el largo periodo del colonialismo antiguo, durante el cual generaciones consecutivas de canarios tuvieron que emigrar hacia América, o acoplarse sin problema a una autonomía concedida y modelada por un estado que descentraliza sus nacionalidades y regiones, como ocurrió tras 1978 en España, y vivir en esa nueva situación de “colonia moderna”, sin contradicciones con el marco jurídico-político.
Aunque de manera prematura las teorías modernistas, incluido el marxismo, tendieron a dar por superado, anticipadamente, los fenómenos asociados a las identidades nacionales, nada ha resultado tan poderoso y con tanto arrastre de masas como el nacionalismo. Las identidades étnicas y las nacionales no deben interpretarse como el resultado de esfuerzos voluntariosos de determinados grupos humanos, sino deben ser leídas como formas complejas de organización de tales grupos. Están aquí para quedarse por largo tiempo. Lo que hay que hacer es gestionarlas democráticamente.