Colaboracionistas. María Vacas Sentís

Era el judío colaboracionista del que habló Hannah Arendt, al que es fácil imaginar con su chaqueta raída por encima del uniforme de rayas, desvistiendo los cadáveres amontonados a las puertas de la cámara de gas, o ayudando a “disciplinar” a golpes a sus compañeros de infortunio. Para mantener la simpatía y el favor de sus superiores, el colaboracionista era otro lobo despiadado, un inventor de técnicas de tortura y explotación.

Hoy, salvando distancias, observamos ese mismo comportamiento servil en el jefecillo tipo al mando de personas en cualquier ámbito de poder; también en la administración autonómica canaria. Ese funcionario grisáceo que es nombrado, por ejemplo, como director general de la cosa pública, obsesionado por idear nuevas instrucciones y aplicativos informáticos para controlar al colectivo de trabajadores al que él mismo pertenece, y al que ni por asomo se le ocurre mentar medida alguna para el óptimo seguimiento de dietas, hábitos y horarios laborales de los altos cargos.

Estos personajes pisotean las tendencias más modernas sobre gestión de personal, aquellas que vinculan la felicidad, la libertad y la motivación de los trabajadores con superiores cotas de productividad, creatividad y eficiencia; menosprecian el cuidado del clima laboral, y contradicen diariamente los cursos formativos que la propia administración imparte, muchos basados en el trabajo por objetivos y el liderazgo empático y motivacional y bla bla bla. Viven dedicados al cultivo del presentismo, a la exhaustiva medición del minutaje que pasa cada trabajador en la oficina mediante artilugios informáticos cuyo manejo conlleva paradójicamente una infinita pérdida de tiempo; perros sabuesos acechando para descontar de la nómina las ausencias del trabajador –otro aplicativo multimillonario más contratado a alguna empresa se encargará de tal tarea-, y da igual que la falta sea por enfermedad. Los infelices y desmotivados empleados del siglo XXI ya no podemos caer enfermos. En algún recodo de este camino de perdición, junto a días y sueldos robados, nos han exiliado también el derecho a ser humanos, gracias al colaboracionismo de supuestos progresistas de chaqueta no tan raída.

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