Escribir en tiempos de catástrofe. Damián Marrero Real.
Antonio Lozano, escritor grancanario, uno de los referentes de lo que podríamos llamar “Literatura social” (aunque cultivara mucho en sus orígenes la novela negra), tristemente fallecido el pasado año en plena madurez creativa, decía en una entrevista que “ser un escritor es sumergirse en el mundo, rastrear en él sus bellezas y sus miserias, encontrarse con los hombres y mujeres que habitan en el planeta, vestirse con la piel de los que más sufren y darle la voz para que nos cuenten sus historias…” (citado de “El desfile de los malditos”, Alrevés 2019)
Esto es una declaración de intenciones, un posicionamiento claro como escritor y toda una filosofía de vida. De entre todas las formas de entender la literatura esta no es menos importante. Antonio Lozano nació en Tánger en 1956 y se afincó en 1984 en Agüimes donde desarrolló su actividad profesional como profesor, además de llevar a cabo una amplia actividad cultural. Fue muy amante del teatro y tuvo una gran conexión con los pueblos africanos, cosa esta, junto con el drama de la inmigración, que se refleja en su obra de manera casi continua. Tuve la suerte, gracias al Área de Cultura del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, de presentar hace años dos obras suyas: “Donde mueren los ríos” (2007) y “Las cenizas de Bagdag” (2009). Tuve también la inmensa suerte, por tanto, de tratar con este hombre de una gran humanidad y compromiso social.
En este extraño Día del Libro que vamos a celebrar en una situación de excepcionalidad sin parangón, estoy convencido de que Antonio habría pensado en una cosa que, casi sin duda, hubiera plasmado en algún texto literario o algún guión teatral: las condiciones de confinamiento según la situación socioeconómica de cada uno. Porque no es lo mismo vivir confinado con jardín y piscina que en un estudio de apenas unos cuantos metros cuadrados. No es lo mismo poder disponer, al menos, de una renta mínima que no tener siquiera papeles que le dé a la persona visibilidad administrativa (llamémoslo así). Porque ese “vestirse con la piel de los que más sufren y darle la voz…” se hace ahora más necesario, si cabe. La condición de escritor o escritora es algo que otorgan los lectores, por pocos que sean. Y de todas las condiciones de ejercer la escritura posible, la de aquellos que ponen su destreza al servicio de los demás creo que merecen una mención especial. Algunos han considerado, desde una postura estética que roza lo inmaculado, que tener un compromiso claro con “Los malditos” (parafraseando el guión de una de sus obras de teatro más representativas) es una cuestión menor, “demodé”, alejada de los ejercicios de estilo que tanto gustan en ciertos cenáculos. Pero cuando se aúnan la calidad literaria con ese “dar voz” el resultado es una obra que nos interpela, nos confronta y nos pone los pies en el suelo.
En Canarias es necesario sumergirse en la realidad profunda de nuestro pueblo, contar esas historias que apenas asoman a la superficie, hacer también de los libros un recurso de cambio, de reflexión y transformación. Es imperativo apoyar a quienes teniendo capacidad para hacerlo no encuentran resquicio alguno para poder dar luz a sus publicaciones. Y eso, lógicamente, solo se puede hacer al margen de los (escasos) circuitos comerciales de estas islas, proponiendo fórmulas que estén basadas, por ejemplo, en el apoyo mutuo y, por qué no, en políticas culturales que hagan un especial hincapié en ello. En estos momentos dramáticos las voces de los escritores y escritoras son más necesarias que nunca, porque como decía Hermann Hesse: “sin palabras, sin escritura y sin libros no hay historia, no existe el concepto de humanidad”.
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Damián Marrero Real (Puerto de la Cruz 1968), profesor de Filosofía. Ha publicado las novelas “Leyeron con las botas puestas” (2018), “El IV Mandamiento” (2019) y “Crónicas del aire” (2020, pendiente de presentación).