Espuma de leche de camella. Paco Déniz
El 31 de diciembre decidimos partirlo con 12 buches de leche de camella, nos habíamos adentrado al sur del desierto saharaui, en el Tiris, montamos un par de jaimas y encendimos una buena hoguera para extraer sus brasas.
Pero la leche de camella había que ir a buscarla 15 kilómetros más al sur de nuestra ubicación, así que, ya de noche, arrancamos para abajo. Antes de llegar tuvimos que socorrer a unos que se habían quedado enterrados en la arena, luego apareció una gran manada de camellos y, a unos 300 metros, el otro rebaño junto a una jaima estropeada. Allí, los cuatro pastores mauritanos jóvenes tenían una carne al fuego y oían atentamente la radio de su país. El amigo Sid Ahmed estaba contrariado porque había que esperar a que les bajara la leche a las camellas. Le pregunté qué es lo que oían por la radio y me dijo que a un jefe religioso mauritano criticando al gobierno. Total que me quedé junto a la entrada con las manos al bolsillo y mirando a los pastores. En eso que observo que mi gente se sube al jepp y se van a ver si al otro rebaño le había bajado la leche. Cuando me doy la vuelta, los pastores me miraban atentamente, y el que tenía el tesbih en la mano, pasando cuenta a cuenta, va y me pregunta: ¿Là i laha?? Y yo, que conocía el comienzo de la frase, me hice el longui, allí, solo, en medio de ni sé dónde. Va y me repite para que completara: ¿Lá i laha?? Y entonces, en canario universal sin mucha convicción, le pregunto: ¿Cómo? Pero no me entendió. Y vuelve y me repite ¿Lá i laha i lá-lá?? Simulé el soplido canario, y entonces pensé para mis adentros: ¡Chacho, chacho, chacho! Y esos cabrones no vienen, me dejaron solo aquí con estos pibes que no conozco de nada y están queriendo saber si soy creyente o estoy familiarizado con la cultura musulmana. Y como no venían los jodidos, tuve que apañármelas yo solo. Imaginé que los pastores estaban serios, y mis prejuicios occidentales, que tampoco son tantos, en aquella noche oscura y desértica comienzan a augurar nada bueno, encima un tremendo camello macho que estaba a unos cuatro metros de mí se levanta y se me acerca mirándome fijamente. Barruntaba lo peor, aquellos oyendo un discurso encendido, el camello que está apunto de matarme con el callo de su pecho poderoso, y yo allí sólo. Entonces a la tercera vez que me lo preguntó dije: Lá i laha, i lá-lá, u Mohamed rasulu alá. Traduciendo, ellos querían saber, por curiosidad si yo estaba al tanto de la cultura musulmana, entonces iniciaron esa conocida frase por ver si yo la concluía. Se preguntaban lo mismo que yo: ¿qué hace un tipo como yo en un lugar como ese? Y concluí, que traducido es: No hay más dios que Alá y Mahoma su profeta. ¡Pa qué fue aquello! Al del tesbih se le iluminó la cara y me saludaba, mientras que otro a carcajada limpia daba golpes de aceptación en el suelo de arena. Y yo me relajé un poco. Entonces se abrió la luna llena del 31 de diciembre en medio del desierto y noté como que el camello también sonreía. Pero no quedó ahí la cosa. Volvió a preguntarme y dijo: ¿anta muslim? Preguntaba si yo era musulmán, ni corto ni perezoso respondí: Tagriban, que viene a decir: más o menos, aproximadamente. Y ya las carcajadas y el vacilón reinaron en la jaima. Creo que se reían de mi acento. Imagínate el panorama. Y cuando ya estaba deseando que no me preguntaran más nada, llegaron mis colegas, el camello se mandó a mudar y yo comencé a degustar uno de los placeres culinarios que jamás se me olvidarán, mandarme a manos llenas toda la espuma de leche de camella (Raegwa) que quedó en el balde.