Fiesta y mercadería. Paco Déniz
Sólo el desperece infantil lo alteraba. En aquellos días las aulagas corrían plácidas y calentitas por las calles, la mayoría sin asfaltar, y los papeles de pipas y polos, las únicas golosinas que había, se juntaban donde el viento se arremolinaba. Era un muerto soñoliento. Igual que las huelgas de antes, todo cerrado, sólo un bar de servicios mínimos. Ahora sales a la calle, y excepto algunas grandes empresas que quedan, los comerciantes se encargan de que todo transcurra con normalidad, su normalidad. El PP no tiene ni que molestarse en destruir la movilización laboral, los mercaderes le hacen el trabajo. Saben que sus clientes lo están pasando muy mal, pero no se solidarizan, ellos tienen que intentar amasar alguna perrilla que otra. Tienen que intentar vendernos algo. Un mundo construido para los mercaderes del templo, no para los trabajadores. La declaración de Aguere como ciudad de gran afluencia turística va a resultar un coñazo para quien quiera disfrutar de un paseo por su casco. Siempre abarrotada de gente, y también de turistas, unos masificados y otros ermitaños, deambulando por lugares estandarizados y sin vida. Pura mercadería. Si al menos fuera como Marrakech, allí al menos te venden lo que produce el país, pero aquí las papas ya ni se arrugan. Por eso, las instituciones deberían saber que mover el dinero no es suficiente, primero hay que tenerlo, y tenerlo con dignidad y con identidad, pues el crédito se acabó. El libertinaje de horarios explota a los trabajadores y sacrifica a los familiares subalternos de los mercaderes. El otro día se quejaba un chino dueño de un supermercado de que pagaba mucha luz. A lo que le contestaron, pues claro, si estás abierto todo el día y toda la noche ¡qué carajo quieres! Igual ese es el futuro, intentar venderte algo a todas horas todos los días del año en una queja perpetua para que las instituciones te den ayudas. No te dejan relajarte.