La conquista del patrimonio colectivo. Rubens Ascanio
Entre los relatos típicos de la puesta al día sobre familia, la crisis y el trabajo, la formación profesional nos fue llevando a hablar del patrimonio y de cómo los gestores institucionales han tirado a la basura a una de las generaciones mejor formadas de nuestra historia.
Son los arqueólogos precarios, parados, mozos de almacén, comerciales, metidos a profesores o emigrantes en tierras lejanas. Los arqueólogos hijos y nietos de emigrantes que siguen cogiendo la maleta de la que habló Lezcano. Unos arqueólogos que miran con pena y rabia como un patrimonio colectivo es maltratado, ignorado u olvidado, acompañados cada vez por más vecinos y vecinas conscientes de su entorno, que quieren decidir sobre su futuro.
Las obras de la plaza de la Catedral salieron a colación de forma natural, un espacio señero del casco histórico de la ciudad patrimonio de la humanidad que ha sido sometido a una acción institucional penosa, más interesada en inaugurar antes de las elecciones y en poner más mesas para las franquicias que en mantener y rescatar este patrimonio.
Esta acción demuestra el poco respeto existente por el patrimonio, la falta de voluntad para escuchar a los vecinos y vecinas que conviven con estos espacios, por asesorarse por técnicos existentes.
Lamentable me parece que un proyecto inicial diseñado por una multinacional, dirigida por la señora María Luisa Cerrillos, no contemplara un estudio serio de los posibles restos existentes en la plaza, no respetara los espacios centenarios de la misma y siguiera la estela del “más de lo mismo” y la uniformidad, aplicada ya en otros espacios públicos de la ciudad. Por fortuna este proyecto quedó en una simple amenaza irrespetuosa con este entorno de un Bien de Interés Cultural, que sin embargo nos costó más de 17.000 euros que el Gobierno de CC-PSOE se negó en un pleno reciente a reclamárselos a la empresa que diseñó un proyecto incompatible con lo que técnicos y vecinos reclamaban.
De juzgado de guardia es que el proyecto no se presentara a los colectivos vecinales sociales hasta última hora, negándose durante meses a mostrarlo incluso a la oposición, ya que ni siquiera estaban diseñados los nuevos planos hasta enero de 2014. A pesar de esto los gobernantes laguneros no dudaron en iniciar las obras a ciegas, sin proyecto final, sin catas arqueológicas previstas o equipo multidisciplinar, que no aparece formalmente hasta abril, siete meses después de empezada la obra, una decisión que sin duda generará un sobrecoste económico.
Los responsables municipales no solo no han asumido crítica alguna, al contrario, se han dedicado a responsabilizar de la paralización de las obras a quienes en todo momento han pedido el cumplimiento de la ley y la protección del patrimonio, acusando incluso a los profesores de la Universidad de La Laguna de estar “politizados” o ser unos simples elementos molestos para el desarrollo defendido por el Gobierno de turno.
La incapacidad será el sello que recuerde la acción sobre el patrimonio lagunero en los últimos años, una incapacidad que fue la excusa perfecta para que nos gastásemos más de 270.000 euros anuales para que una multinacional foránea gestionase el casco lagunero.
Precisamente en la amigable conversación de esquina hablamos con cierta envidia de como en otros lugares el patrimonio genera ilusión colectiva, empleo, con proyectos que recuperan los vestigios del pasado precolonial, las tradiciones o las veredas de los antiguos. Estoy más que convencido que con poco de voluntad e inteligencia política se podría generar estos espacios para fomentar el patrimonio, para estudiarlo y protegerlo.
¿Qué impide que se ponga en marcha las excavaciones en diversas zonas del municipio, parques arqueológicos en el barranco de Milán, la parte lagunera del barranco de Santos, la zona de grabados de La Punta o La Barranquera?, simplemente la voluntad de unos gestores que siguen pensando que el futuro se escribe en gris y negro.
Estoy más que convencido que en un lugar que recibe miles de visitantes diarios unas excavaciones serían un reclamo que las haría viables económicamente. Solo dos euros para conocer de primera mano cómo se hace una excavación y los descubrimientos que se van realizando no es ninguna novedad, simplemente es una posibilidad más que se podría gestionar para que conozcamos cómo era La Laguna de los primeros años de la colonización castellana, para recuperar los restos existentes en lugares señeros como los enterramientos de la antigua iglesia de San Agustín, el emplazamiento del antiguo mercado que albergó estructuras del XIX y anteriores, los restos de la verdadera casa natal de José de Anchieta o las cabañas guanches de La Barranquera. La pena es que ninguno de esos jóvenes arqueólogos interesa lo más mínimo a los gobernantes actuales, más ocupados en dar salida a las aspiraciones de constructores, franquicias y otros empresarios amigos. Sus propuestas, junto la de tantos otros colectivos deberán de entrar, tarde o temprano en las instituciones, nos queda eso o emigrar.
Rubens Ascanio Gómez
Licenciado en Historia y militante de Sí se puede en La Laguna