Las obras públicas del Tercer Mundo. Rafael González Martín.
En un momento en el que muchos ayuntamientos del Norte de Tenerife han expresado públicamente su rechazo al proyecto de Tren del Norte por su elevado coste, su poca utilidad y su gran impacto ecológico, patrimonial y social, seguimos asistiendo a intentos de sacar adelante los proyectos de trenes insulares en las islas capitalinas.
No importa que se hayan derrochado 1,5 millones de euros en un proyecto de tren convencional para después ignorarlo y sustituirlo por otro proyecto nuevo de alta velocidad, cuyo estudio de viabilidad supone otro millón de euros extraído del erario público.
No importa al parecer que los estudios contenidos en los propios proyectos ferroviarios reconozcan la no viabilidad económica de los trenes en un plazo de 20 años o su falta de capacidad para disuadir del uso del vehículo privado.
No importa que distintos estudios económicos hayan constatado la mayor viabilidad de un carril exclusivo de guaguas y taxi en las autovías y la mejora de líneas e incentivación del uso de la guagua como mejores medidas para agilizar el tráfico en los entornos periurbanos.
Lo más ofensivo si cabe es ver cómo mientras se derrochan estas cantidades de dinero público, se nos comunica al mismo tiempo que se cierra una planta del Hospital Universitario por falta de personal, o que los colegios públicos deberán mezclar en aulas mixtas a los alumnos de educación infantil y primaria, bajo el pretexto de ahorrar gastos.
Mientras tengamos este tipo de gestores públicos y nuestra población siga creyendo su mensaje, estaremos abocados a sufrir todo tipo de atropellos presupuestarios. Bajo el mensaje nacionalista y la promesa de idílicas recuperaciones económicas y laborales mediante las obras públicas, se arrastran masas de votantes desesperados, al estilo de lo profetizado en su día por Ortega y Gasset en su “Rebelión de las Masas”, donde el individuo, incapaz de analizar sus propias carencias y falto de iniciativa, solamente encuentra la felicidad en su inserción en la propia masa, en la que se mimetiza y se siente normal.
Esta “normalidad” hoy nos dice que hay que instalar trenes aunque no podamos usarlos, o que dejemos de ir a los hospitales públicos porque los privados están mucho mejor.
¿Qué sorpresas nos deparará el mañana con tamaños gestores políticos en el poder?