Los laureles de la avenida de Anaga. Pedro Fernández Arcila

Estos políticos de bajo relieve que gobiernan la capital le han puesto a esa masa verde el cartel de “se traspasa”, como si para ellos se tratara de un negocio finiquitado, aunque les advierto que en ese anuncio no intenten buscar un teléfono de información porque el silencio ha estado unido a esta gris transacción. Este asunto, como otros que iremos desgranando en esta columna semanal, me confirman que los destinos de los santacruceros los rigen personas sin criterio sobre nuestra ciudad, capaces de sacrificar un emblemático paseo urbano de enorme calidad ambiental con tal de no enfrentarse a los que ya decidieron por ellos. Mejor dicho, por nosotros. Todos estos políticos han aprendido a sobrevivir durante decenas de años en medio de una asfixiante mediocridad, incorporando en sus ADN la certeza de que para seguir confortablemente en política hay que danzar al ritmo que les marcan otros.

Ante esta apnea de vulgaridad es bueno recuperar la ilusión con el ejemplo de muchas personas que, pesar de los pesares, defendieron este patrimonio colectivo. Entre ellos está Gilberto Alemán, cronista de Santa Cruz y fundador de ATAN, que siempre expresó una especial querencia por estos híbridos venidos de Cuba y que cada vez que tenía oportunidad repetía que era imposible concebir Santa Cruz sin sus laureles. Recuerdo hace veinte años el acto de lectura del manifiesto en defensa de esta arboleda organizado por ATAN porque un alcalde hosco y huraño, casi un personaje de Dickens, se empeñó en eliminarlos del tramo donde ahora están los aparcamientos subterráneos de la avenida de Anaga. Frente a ese alcalde se elevó la figura quijotesca del amante de la naturaleza recitando un bellísimo texto, lleno de sensibilidad y firmeza y que contó con la presencia de muchísimos vecinos y de alumnos del colegio Montessori, además de asociaciones vecinales y ecologistas. Los participantes en aquel acto adoptaron todos y cada uno de estos árboles mestizos, como si de seres indefensos se tratara, y aquel manifiesto, que debe de estar en los archivos de ATAN –la mejor hemeroteca de nuestras islas en asuntos medioambientales– tiene que ser rescatado (vista la ineptitud reinante en la casa de los Dragos) junto con las iniciativas ciudadanas que por aquellas fechas repudiaron este atentado a la inteligencia.

Aquel alcalde, José Emilio García Gómez para más señas, aseguró que el traslado de los árboles no los iba a poner en riesgo; sin embargo, veinte años después se puede constatar como la mayoría de aquellos ejemplares fueron muriendo y el tramo herido es un secarral con el que damos la bienvenida a los turistas de cruceros. A pesar de estas evidencias hoy se repite el mismo estribillo del traslado con unos renovados y desentonados músicos para gloria de su supervivencia y desgracia del talento que sobra en esta ciudad.

* Concejal de Sí se puede en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife

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