Paredes. José Manuel Hernández

Manos infantiles. Muchísimas. Durante medio milenio han levantado, piedra tras piedra, kilómetros de paredes. Rocas grises y negras. Basalto. Piedras blanquecinas y del color de la tierra. Manos curtidas que destilan lágrimas. Piedras que hablan a nuestros oídos sordos.

Las paredes delimitan los caminos y la propiedad privada. Sostienen las huertas. La vida. Se arman como contrafuertes en el aire. Para aguantar a los vientos. Se cubren de musgo y desafían al tiempo.

Infinitas piedras talladas para encajar en el puzle. Sudor. Y en cada piedra la misma historia. Miseria. Supervivencia. Explotación. Tenían que hacer paredes. Ya fueran esclavos, medianeros o jornaleros. Único requisito: ser pobre y tener manos.

Las paredes de piedra, cual gran muralla, recorren el paisaje de las Islas. Son un buen libro. Si acercas el oído escucharás sus voces y si las miras con atención, verás sus rostros. Y sus pantalones, mil veces remendados.

Con un poco de suerte,  descubrirás nuestra memoria. Petrificada, pero inmensamente viva. Mientras estén en pie nos recordarán lo que fuimos. A pesar de la codicia especuladora que trata de silenciar nuestro pasado, de romper los espejos en que mirarnos, las paredes siguen resistiendo. No quieren morir porque saben que aún no las hemos escuchado. Necesitan que le pongamos palabras a sus lamentos y nombres a las manos encallecidas.

Cuando nos reconozcamos en ellas, y solo entonces, respirarán aliviadas.

Y los verodes podrán crecer sin miedos.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.