Taxi Driver. Paco Déniz.
Me miraron incrédulos y lanzaron la máxima de la corrección política y de la negación del fenómeno sociológico que dice que en todos lados hay de todo. Salimos de la Avenida de La Trinidad y enfilamos Delgado Barreto. En el campus había una jaima de solidaridad con el Frente Polisario, y el taxista, que llevaba todo el trayecto callado, dijo: ¿Por qué tenemos que darle de comer a los moros? Gane la apuesta. Antes de llegar a la facultad, imagínense cómo había quedado Zapatero. Y bla, bla, bla.
Necesitaba un taxi para Los Rodeos y ya en tránsito me pregunta el taxista: ¿Vio el partido del otro día? Sí, le contesté. ¿Y usted es del Madrid o del Barça? De la UD Las Palmas, repuse ¿Pero quién prefería que ganase? Insistió. El Barcelona toda la vida, respondí. Ah, entonces usted no es español. No, le dije medio lacónico, la verdad es que no. Entonces, el taxista se puso la mano en el pecho y dijo que era español de corazón, que era un gran español y lo dice en su carnet de identidad, y que los catalanes no deberían jugar la liga española. Pues el muy español me estalló 7 euros de San Benito a Los Rodeos, cuando le dije que era un poco caro, me contestó que la culpa era de los políticos que pusieron ese precio. Le pagué un plus por el discurso.
Una vez en Lanzarote, de camino a Tinajo, le pregunté a mi amigo Manolo el Gomero si en Arrecife los taxistas eran de extrema derecha, a lo que me contestó: aquí son del PIL.
Pero siempre hay excepciones que confirman la regla. Mi cuñado, que trabaja en un taxi y no tiene el perfil descrito en esta columna, sino todo lo contrario, procura no detenerse en las paradas.