Hubo una vez en que el Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) se interesó por Coalición Canaria. Domingo Garí
En los días finales de septiembre de 1993, entre el 27 y el 29, se celebró en la Universidad de Santiago de Compostela un congreso internacional sobre los nacionalismos en Europa.Los ponentes eran los investigadores más destacados que había en ese momento. Y la estrella del congreso fue Eric Hobsbawm, que ya era en aquella época un mito viviente de la historiografía inglesa y mundial. Me lo tropecé de frente por el claustro de la Universidad. Caminaba con su cuerpo desgarbado y su rostro cubista, acompañado de tres académicos que le hacían los honores como anfitriones.
Yo participé en calidad de ponente y llevé un trabajo sobre Canarias y las islas periféricas de la Unión Europea. En el año anterior se aprobó el Tratado de Maastricht, que dio nacimiento a la UE y, con ella, a la idea de las RUP (Regiones Ultraperiféricas) de las que Canarias entró a formar parte. El título de mi trabajo llamó la atención a algunos de los asistentes. Enseguida los profesores vascos Francisco Letamendia e Iñaki Bárcena se percataron de que había un canario por allí con el que mostraron interés en intercambiar puntos de vista. Así que me sumé a su cuadrilla y compartí con ellos los momentos de asueto entre las ponencias. También otros investigadores, de lo que se llamaba por entonces las naciones sin estado, convergieron en esos esporádicos encuentros.
Tras la entrega de acreditaciones y saludos protocolarios se sirvió un café para posteriormente abrir formalmente el congreso. El saludo de bienvenida lo dio Manuel Fraga Iribarne, antiguo ministro franquista y, en aquel momento, presidente de la Xunta de Galicia. Los de las naciones sin estado nos mantuvimos hablando en los exteriores del edificio, y cuando por los murmullos adivinamos que Fraga ya salía, nos dispusimos a subir a las aulas para el inicio de las sesiones. En un tramo de la escalera, mientras Fraga bajaba nosotros subíamos y, al llegar a su altura, Francisco Letamendia exclamó ¡Athleeeetic! como se suele hacer en el estadio de San Mamés. Letamendia era un veterano luchador antifranquista y había sido parlamentario vasco tras las elecciones de 1977, así que el grito futbolero estaba cargado de sentido histórico. Fraga era el principal responsable de la matanza del mes de marzo de 1976 en Vitoria, acometida cuando era ministro de la gobernación (interior) y responsable de las fuerzas policiales, que tan brutalmente habían disuelto una protesta obrera (5 asesinados y 150 heridos).
El congreso arrancó con una presencia entusiasta y masiva de los asistentes, pero en cada momento de descanso entre grupo de ponencias salíamos a los pasillos a estirar las piernas, fumar y charlar de manera relajada. A nuestra cuadrilla vasco/canaria, y de algún otro “sin estado”, se sumó desde el primer día un tío raro. Cuando se acercó la primera vez y luego se alejó, los que nos quedamos juntos hicimos el comentario de que tenía una pinta sospechosa (o sea, policía) y su historia no era menos tranquilizadora. Por resumir, nos dijo que trabajaba en la Complutense con una beca financiada por el Banco de Santander. Todo quedaba algo extraño porque no sabía explicar muy bien en calidad de qué trabajaba en la Complutense, y qué papel desempeñaba el Banco de Santander en su contratación o beca.
Y más sospechoso nos pareció, tras percatarnos de que era raro, que no participara en nuestras discusiones sobre bibliografía y trabajos recientes, o comentando qué decía tal o cual autor. Daba la sensación de que el tipo no tenía ni idea de las cosas que se trataban en el congreso. Cuando nuestras discusiones se centraban en esos aspectos él solía alejarse y perderse entre otros asistentes. Recuerdo que hubo un momento en que comenté que se me daba un cierto parecido con Amedo, aquel policía de los GAL y de los fondos reservados, que por entonces comenzaba a aparecer regularmente en la prensa.
En unas de las ocasiones en que yo estaba solo se me acercó el amigo desconocido. La verdad es que no recuerdo su nombre, y me dijo que estaba muy interesado en lo que estaba pasando en Canarias, y que le gustaría saber más sobre la situación política en las islas. Me habló sobre un proyecto que tenía en la Complutense que incorporaba estudios de las tendencias políticas en las islas, y que necesitaba que alguien local le asesorara y le ayudara con el estudio. Yo lo escuché y le dije que me parecía muy bien. Por educación le dije, también, que si quería podía presentarle profesores e investigadores de la Universidad de La Laguna. Él se mostró conforme, y nos intercambiamos los teléfonos.
El interés mostrado en Canarias se debía al hecho de que Coalición Canaria acababa de nacer ese año, y su heterogénea composición y la distinta procedencia de sus integrantes tenía despistado al personal en la península. Una Coalición de más de una decena de partidos que agrupaban a comunistas, ex comunistas, insularistas, ex ucedistas, asamblearios, cristianos de base, nacionalistas, independentistas que hacía pocos meses, tras un toque por dentro (lenguaje de la lucha canaria), había desplazado al PSOE de la presidencia, haciéndose con el gobierno de Canarias.
Cuando volví a encontrarme con los vascos les conté la conversación que había mantenido con aquel misterioso personaje. Todos concluimos o bien que el sujeto era un zumbado y estaba por allí porque no tenía nada mejor que hacer, o bien era de los servicios secretos o de cualquier otro organismo policial. Ambas cosas parecían posibles.
Una vez de vuelta a Tenerife, no había pasado mucho tiempo cuando el individuo se puso en contacto conmigo. Me dijo que iba a venir a la isla en breve y que quería que nos viésemos, porque tenía pensado hacerme una propuesta para llevar adelante el proyecto del que me había hablado en Santiago de Compostela. Quedamos en la cafetería del Olimpo en Santa Cruz, en la Plaza de la Candelaria. Le di las indicaciones pertinentes y colgué. Como aquello ya me estaba pareciendo muy raro, me puse en contacto con el profesor de la UNED Andrés de Blas Guerrero, al que había tenido ocasión de conocer en un congreso anterior. Él también se dedicaba a estudiar los nacionalismos y mantuvimos una relación esporádica y, sin embargo, amigable. Andrés de Blas era un intelectual vinculado al PSOE y, por tanto, yo suponía que debía tener buenas conexiones con gente del gobierno y de organismos estatales. Le conté toda la película y le di el número de teléfono de aquel individuo, a ver si me podía adivinar quien era el personaje misterioso. Andrés de Blas rápidamente me dijo que le sonaba todo a personaje del CESID, pero que de todas formas haría unas gestiones y me llamaría en cuanto supiese algo. Y, efectivamente, a los pocos días me llamó y me dijo lo que ya todos sospechábamos. Era un agente del CESID.
Me dispuse a ir al Olimpo a la cita con el agente de la TIA, aquella organización de agentes secretos de Mortadelo y Filemón. Y, cuando llegué y nos pedimos un café, yo permanecí en silencio cual mago desconfiado y dejé que él hablara. Entonces me hizo su propuesta. Quería que yo le hiciese informes quincenales de cómo evolucionaba la situación política en Canarias poniendo especial énfasis en el papel que juega Coalición Canaria. Los informes serían remunerados con cien mil pesetas a la entrega de cada uno de ellos.
A mí ahí ya se me vino a la mente toda la información que comenzaba a salir en prensa sobre el uso indiscriminado de los fondos reservados por parte de los distintos servicios policiales. Entonces desvelé lo que sabía. Y más o menos le dije: “usted no es investigador de la Complutense ni tiene beca del Banco de Santander. Usted es un agente del CESID”. El hombre me lo reconoció enseguida. Yo continué: “No me interesa su propuesta y no tenemos nada más que hablar. Le deseo buen viaje de vuelta a Madrid. Y no se preocupe por Coalición Canaria que no está entre sus ideas romper España ni nada por el estilo. Pueden ustedes perfectamente seguir ignorantes de la política en estas islas y no perder el sueño por ello.”
Y ahí acabó esta historia que parece de ficción pero que sucedió en el mes de octubre de 1993, hace ahora treinta años.