Lo que podemos y debemos hacer ante el 20 de noviembre. Quino Sagaseta.

En aquella ocasión se rompió algo determinante para sostener la tensión en el ánimo de lucha democrática: el socialismo como ideal realizable. Se ha pagado un alto precio por ello. Pero pasó el tiempo en que las campanas doblaban por el socialismo. Lo que está viniendo para no marcharse es la convicción del socialismo como ideal necesario. La crisis ha herido sin remedio el ideal capitalista y la hegemonía de sus códigos.

Es la agudización brutal de las contradicciones que comporta la crisis del capitalismo lo que permite a las masas obreras y populares aprender en días, semanas, o meses, lo que en circunstancias “normales” tardarían años o decenios. No en vano se derrumban logros sociales y democráticos, los más sentidos, que hasta hace muy poco se consideraban intangibles.

Se apodera del sentir popular un estado de angustiosa incertidumbre en el presente y en el porvenir inmediato. Pero al tiempo, como el vez y el revés de la misma cosa, se rompen tanbien las cadenas paralizantes. La crisis exhibe al rey desnudo, el sistema pierde todo su poder de seducción. Amplísimos sectores de la población son arrastrados a la política.

No existe ámbito de la vida social donde no se reproduzcan los conflictos, con la singularidad que estos -movimiento obrero y sindical, movimientos sociales, luchas reivindicativas sectoriales…- se libran en un escenario que los eleva de su esfera particular y los asocia rápidamente a valores políticos esenciales: la contradicción entre la preferencia de lo público o de lo privado, entre los valores del capitalismo y los del socialismo, entre el liberalismo y la democracia avanzada, entre el gran capital y las políticas contra el poder del capital financiero la oligarquía monopolista y el imperialismo . Campos, hasta hace bien poco desertizados se ofrecen ahora fecundos a la resistencia y a las alternativas progresistas.

La crisis del capitalismo está conduciendo a la bancarrota a las formaciones políticas y las concepciones que le protegían por su izquierda, particularmente la socialdemocracia de derecha que al tiempo que corta la rama sobre la que esta sentada anda tomando partido entre fracciones del bloque dominante como quien pide a Lucifer que le eche una mano contra las andanzas de Satanás. Retrocede igualmente ese apoliticismo que a menudo se expresaba confrontándose con el filo político de los movimientos progresistas.

Lo importante es que las grandes fuerzas que todo ello libera tengan la correspondiente recepción, puedan identificarse con una concreta referencia que las encause y las transforme en alternativa política.

O sucede eso, o la caldera aliviara la presión ya sea con escape de rebeldías estériles que se limitan a la negación, ya sea enfriando la tensión en una atmósfera de impotencia, desorientación y fatalismo. No puede ocurrir de otra manera, la dialéctica de las contradicciones que mueven la historia no se desenvuelve ni ventila con el determinismo que lo hace el movimiento dialéctico en la naturaleza, se dilucidan, en último término, en el ámbito político.

Lo decisivo entonces es la construcción del bloque progresista para el que las condiciones económico-sociales e ideológicas han madurado como nunca antes.

En la conjunción de las tendencias de la democracia avanzada, cualquiera de sus segmentos debe contar con que ese bloque de progreso va mucho más lejos del radio en que actúa o pueda tener influencia. Pensar de otra manera es delirar, actuar de otro modo es sencillamente grotesco. No es solo que cualquiera tiene que trabajar con esa amplitud, sino que tiene que evitar que la propia amplitud, justamente por eso, prescinda de él.

Para avanzar en la línea de masas, hay que erradicar definitivamente ese espíritu de grupo que reduce la realidad, sus contradicciones y prioridades, a la escala de la insignificancia del grupo. Nadie puede confundir lo que crea del mismo con la consideración que de el se tenga y con su influencia social real. Para entrar decididamente en la línea de masas debemos rehuir el debate morboso a nivel de círculos, descartar gestos y la fraseologías tan sonoras como ridículas.

Es tarea de todo el bloque de progreso, que existe fraccionado en la realidad socio-política buscar con audacia el enlace, hacerlo sin tomar como determinante donde se estuvo ayer, ni las vacilaciones de hoy. Lo esencial –aunque no lo único- es la tendencia, el momento histórico que lo empuja todo: la crisis socio-económica, política e ideológica del sistema. De no proceder así, de no actuar históricamente, sólo cabe esperar el aislamiento, la esterilidad y el sectarismo.

En el actual escenario los tiempos ni los decidimos nosotros ni se marcan necesariamente conforme a nuestros deseos. Hay calendarios de movilizaciones que nos gusten más o nos gusten menos, ya sea por su oportunidad, ya sea por las inconsecuencias de quienes se presentan en la primera línea y las justificadas desconfianzas que inspiran, ya sea por alguno de sus contenidos… no podemos ignorar. Su trascendencia y significado político-social, lo determina la objetividad y no disminuirá por la indiferencia, mas bien la indiferencia diminuirá a los indiferentes.

Hay convocatorias, en las que la ausencia, incluso si fracasan, no será valorada como una virtud, sino como una señal de marginalidad. Su suerte influye poderosamente en la suerte del conjunto del movimiento y de su porvenir.

Es el caso de la convocatoria europea de movilizaciones para el próximo día veintinueve de septiembre animada por el grueso del movimiento sindical del continente.

La importancia de esta convocatoria, a nuestro juicio, no reside tanto en que pueda ser un paso adelante de la necesaria articulación de la clase en el marco de poder europeo, lo que por sí es de un inestimable valor, sino en que el contexto histórico que la enmarca y la impregna desborda inevitablemente los contenidos formales, traspasa profundamente las fronteras de de la lucha puramente económica de la clase, para concernir a capas muy amplias de la población y entrar de lleno en el corazón de la contradicción del sistema.

En la jornada del veinte de noviembre se condensa el punto de ruptura que hoy está en primer plano: o avances decisivos en el estado democrático y social de derecho o retrocesos reaccionarios y barbarie “liberal”. Será, obligatoriamente, un episodio, fracasado o triunfante, en este combate, el central del momento.

La barbarie “liberal” no afecta sólo a los derechos laborales, por mucho que éstos se encuentren en el eje del conflicto.

La desesperación ante una crisis que ahoga el sistema y para la que no se encuentra solución están destapando la Caja de Pandora y haciendo resurgir las fuerzas mas tenebrosas del capitalismo La incertidumbre del sistema abre todas las opciones y pone en riesgo lo más querido: derechos sociales y laborales, políticos y civiles…

Justamente por eso sería imperdonable que no encamináramos nuestros mayores esfuerzos a convertir esa jornada del veintinueve de septiembre en una gran movilización político-electoral que implique a todo el bloque de fuerzas progresistas.

Lo que está en juego no son aspectos parciales de la realidad social. La jornada es un momento particularmente relevante de la contradicción que decide una encrucijada histórica donde todo está cuestionado.

Si logramos que se adhiera a esa movilización el gran campo de contestación al sistema, que crece en los mas variados ámbitos de la vida social habremos dado un paso gigantesco para la definitiva articulación del bloque de progreso que de
manda la encrucijada histórica que no toca enfrentar.

Eso es lo que debemos y podemos hacer.

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