Todas cabemos. Yaiza Afonso Higuera
La lección sobre la teoría del género la aprendí con Marta Jiménez, mi antigua profesora de sociología y ahora amiga. Sexo era la condición biológica y género, la construcción cultural.
Lo bueno de esta teoría era descubrir la plasticidad social, que todo podía transformarse, que nada estaba predestinado. O como canta maravillosamente Drexler, “no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma”. Así, nuestro color favorito no tenía que ser el rosa a pesar del tinte meloso en los escaparates dedicados a las bebés recién nacidas y los hombres podían llorar pese a la imagen de tipo duro de moda.
“No se nace mujer, se llega a serlo” afirmaba la filósofa Simone de Beauvoir en su libro “El segundo sexo”.
De esta forma nos construyen, pero nos podemos deconstruir. Este descubrimiento supuso un auténtico alivio para la humanidad, la posibilidad de ser lo que deseáramos ser.
Edificarnos desde el principio.
Dijo Carla Antonelli en una entrevista que al colectivo de hombres y mujeres transexuales les han inculcado desde pequeñitas que no son nada, que no valen nada y que no tienen derecho a nada. Así pierden la condición de ser y de elegir, la libertad de hacer su propio viaje a su persona, sin zancadillas e impedimentos.
Hoy tenemos la oportunidad de que niñas y niños, cis o trans*, puedan verbalizar cuál es su sexo sentido. Hoy las mujeres que nacieron con pene o los hombres que nacieron con vulva están de enhorabuena porque celebran una ley canaria que otorga dignidad y se enfrenta a las múltiples vejaciones sufridas por este colectivo.
Hoy muchas niñas y niños transexuales crecen en familias tal y como son, siendo mujeres u hombres desde el principio o simplemente no optando por ninguna de estas categorías, personas sin armarios que roben las identidades propias. Teniendo la posibilidad de autodeterminarse, de ser diversidad, riqueza, mujer, apostando por la alianza, porque es en ese espacio donde todas cabemos.